jueves, 28 de febrero de 2013

La herencia


Entré a la recepción del edificio y esto fue un alivio en todo sentido: el ambiente estaba atinadamente fresco, los muebles eran sabrosos y no como esos que te quitan las ganas de quedarte y, por todo lo demás, el ambiente contagiaba paz y seguridad. Cualquiera se sentía muy cómodo ahí luego de venir del alboroto de la calle y sus prisas en horas que bordean el mediodía.
Un afortunado y buen destino pensaba haber tenido yo con mi visita a este lugar feliz donde todos irradiaban buen humor, ideas interesantes y amabilidad; yendo de aquí para allá muy seguros y cordiales, muy sonrientes y comprometidos.

Había ahí un mostrador con una mujer adentro que recibía las visitas, ella era muy risueña y delicada conmigo y con otros tantos que por ahí pasaban con diferentes cosas por hacer y por las que estaban ahí, imagino que con algún fin en común y lo imagino por la coincidencia en sus ropas y atuendos.

Luego de varias veces que se abrió y se cerró la impresionante y sofisticada puerta de vidrio para así dejar entrar y salir a los personajes, se abrió y cerró una vez más cuando llegó el repartidor de la farmacia, uno de los que hacen delivery en moto de alguna farmacia conocida. Él llegó porque alguien de alguno de los muchos pisos de arriba pidió medicinas por teléfono, entonces allí estaba él, llegando a tiempo, concluyendo su trabajo de manera excelente y exitosa, atenta y cordial. 

Se llevó a cabo la entrega de la compra -allá en alguno de los pisos de arriba- luego de que el repartidor subiera y bajara como lo establece su rol de distribuidor en cada uno de sus viajes. Tuve la impresión de que este señor tenía muy en claro la dinámica de su trabajo y lo dominaba, era un trome, la que se veía y comportaba extraño era la mujer del mostrador.

- ¿Para dónde vas?
- Te han llamado, ¿no?
- Espérate, espérate. No subas.
- Ya, toma.

Yo no entendía cuál había sido la señal o el código verbal que esta mujer detectó para saber que era el momento de cambiar de lenguaje.
Existe gente como esta señora, gente que cambia, diferencia y clasifica sus gestos hacia los demás y yo estoy cansada y asqueada de presenciar esta mentalidad basura por todos lados. Qué confundida y estafada me sentí, qué atrevimiento de hablarle al repartidor con confianzas que este no otorgó, apurarlo, no desearle un buen día y un sinfín de imprudencias que ella no cometería jamás con, por ejemplo, los señores de los pisos de arriba, como el que llamó a la farmacia, ¿por qué? no sé. Puede ser porque ella no está dispuesta a gastar su dulzura con alguien que no forma parte de su trabajo, también podría ser porque ella no cree que sea importante entablar cordialidad con el repartidor ya que piensa o asume que el trabajo de este no es relevante como el de alguno de los señores de alguno de los pisos de arriba. Lo más seguro es que ella piense todo esto porque siempre siguió ejemplos de personas así, como es ella ahora.

Una de las más grandes lacras es actuar por costumbre e imitación y no por convicción. 
Se va haciendo costumbre no cuestionarse, lo que trae como consecuencia vivir y morir en la infelicidad de la ignorancia.

2 comentarios:

  1. En los trabajos suele suceder eso: la gente se trata mal y adornan sus quejas con un "estimado" o "agradeceremos.." para finalmente rematar con un "saludos cordiales". Eso es hipocresía pero en ámbitos laborales se les conoce como "política".

    Muy buen post, bien reflexivo. Sigue escribiendo!. Abrazo.

    CG

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